Viajar a Etiopía y el sentido de la vista (1). Por Xavier Gil

Viajar a Etiopía y el sentido de la vista

DEL ROJO INTENSO DEL VOLCÁN ERTA ALE, AL BLANCO MÁS PURO, DE LAS GRANDES EXTENSIONES DE SALINAS, EN EL DESIERTO DEL DANAKIL.

Pasamos de la representación litúrgica del cielo, de las iglesias en el norte, al verdadero infierno, centrado en la depresión del Danakil.

Una enorme costra de sal marina, de más de un kilómetro de espesor, nos da la bienvenida extendiéndose por toda la región del Danakil, transformando el lugar en un territorio uniforme de un luminoso y cegador tapiz de color blanco que parece prolongarse hasta el infinito, únicamente interrumpido por pequeñas formaciones rocosas que aparecen entre la blancura, como si de pequeños forúnculos de color marrón se tratara, salpicando la dermis de esta impresionante región.

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Conos perfectos, de antiguos y todavía activos volcanes como el Erta Ale, emergen hacia el cielo al igual que lo hace la lava que, a día de hoy, sigue siendo expulsada a diario fuera de su panza. Los colores del fuego, rojos, naranjas y amarillos, irrumpen en la oscuridad de la noche, tan solo iluminada por una luna llena que hace las funciones de una pequeña lamparilla de sobremesa, rodeada de millones de destellantes estrellas que llenan el cielo.

Ubicarse en el interior del cráter, del casi extinguido volcán Dalol, es como encontrarse admirando una de las obras de Picasso en su época más abstracta. Una explosión de colores se presenta ante nuestros ojos, dibujada por emanaciones sulfurosas y salpicada por ácidos que combinados con los distintos tipos de tierra y magma, transforman este lugar en algo verdaderamente único.

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