Viaje a Etiopía Danakil. Volcán Erta Ale. Por Pilar Blasco

Y… llegó ese día en que debía comenzar a subir la montaña, el volcán de mis sueños, el Erta Ale en la Depresión del Danakil al noroeste de Etiopía; tan inaccesible, tan lejano y ahora tan cerca! La emoción me embarga y siento un cosquilleo por todo el cuerpo…

En la cima me esperan momentos, que como gotas de lluvia caen sin sonido y cubrirán mi alma derramada en esta tierra ardiente arrastrando soledades… siento cerrarse los días del tiempo…
¿Cómo puede verse la cima tan lejana?. Una atmósfera envolvente me absorbe y me mantiene atada a un mundo que vivo desde dentro y también desde fuera.
Comienza la ascensión al atardecer para evitar el tremendo calor de esta tierra indómita. El camino intenta absorber la sombra de la montaña entre las montañas. Vacía y extraña fluye aquí la luz que anhela luz… luz que da sombra, luz que muestra los anhelos perdidos, luz que ciega y conduce al valle perdido donde se hallan los insondables deseos, la pasión que fluye libremente sin condicionamientos como la lava que en su plácido silencio recorre los senderos secretos del alma.

A través del cuerpo siento una especie de oleaje interior que desemboca en un rio de esperanza.
Aquí frente al Erta Ale, me siento como una piedra en la superficie de la luna; inerte, sola y quisiera quedarme en este sueño, en este silencio de espacios vacíos. Los dientes del tiempo, no tienen aquí cabida.
Melodías que enhebran silencios, se deslizan sobre el fuego queriendo saltar por encima de esa valla llamada horizonte y derramar su nostalgia por las infinitas llanuras.
Quisiera guardar un trocito de esta belleza, de esta inmensidad entre pecho y espalda… tanta emoción entre latido y latido!
Se intensifica la conciencia, el tiempo se contrae y una corriente de calma y fortaleza me invade. Sin embargo… esos momentos vividos de puntillas, esos momentos de una irrealidad tan absoluta, desaparecen en pocos minutos y ¿qué es lo que queda?… vacío, vacío en el corazón, vacío en los sentidos, vacío en el alma y también en los sueños… vacío, vacío.
Me gustaría vivir esos momentos rodeada de luz, rodeada de blanca tranquilidad y serena armonía, con la certeza y convicción de transitar por la senda correcta.
Momentos, burbujas que se elevan a lo más alto y luego se rompen dejando un rastro de tristeza. ¿Quién recogerá los pedazos rotos?… nadie, porque nadie puede recomponer un instante, nadie puede comprender el sentido del momento, nadie puede compartir un sueño.
¿Qué haré con esos momentos??. Quizás no deba elevarme y subir la montaña, quizás no deba soñar en tocar las estrellas aunque sea sólo por un momento…
De pronto, me parece ver el ojo de fuego de Sauron en las lejanas tierras de Mordor… desaparece y centelleantes llamaradas se elevan decenas de metros, el magma se desliza suave y lentamente hacia un lateral y pronto se derramará por el cráter formando increíbles coladas.

Estos momentos de emoción exacerbada de sobrecogedora rapsodia de fuego, hacen de la vida un eterno aquí y ahora.
La fuerza espectacular de este volcán se filtra entre las rocas queriendo mostrar al mundo que más allá de la tranquila existencia de la cotidianidad, existe un universo interno con posibilidades infinitas al igual que ocurre con nosotros.
Cierro los oídos al ruido y los ojos a las miradas inquisidoras y el silencio desciende a mi alma creando un momento mágico, irrepetible y vivido como cuando no te queda nada y sin embargo lo eres todo…
El campamento en la cima del volcán, gestionado por los Afar es realmente curioso. Detrás del farallón de piedra volcánica formado por las constantes erupciones, se hallan unas chozas de piedra y paja en las que se pretende que pernoctemos los “farengis” que han osado desafiar al volcán. Dentro de dichas chozas, es imposible dormir, los camellos han subido unos camastros que se distribuyen por donde se puede… a mí me ha tocado dormir entre una choza y la zona de acampada de los camellos con sus excrementos estratégicamente distribuidos… hay que tener tiento de no pisar ni a los unos ni a los otros!!.

La noche es espectacular… a pesar del reflejo rojizo del fuego incesante que emana del volcán, el cielo está cuajado de estrellas, cada una con su historia…
Me cuesta cerrar los ojos, suspendida en este agujero que me separa del mundo, la densidad del momento se expande y finalmente caigo por esas grietas del pasado que conducen a un sueño profundo.
3h. de la madrugada… frio en la cumbre y no hay forma de colocar correctamente el saco… acurrucada espero el momento de acceder de nuevo a la boca del volcán para ver la salida del sol.
Desde el campamento hay que recorrer una considerable distancia; primero bajar por un estrecho paso de grandes piedras desiguales y sueltas hasta el cráter gigante del
volcán. De ahí andando unos diez minutos entre lava solidificada de anteriores erupciones hasta llegar a la boca.
El espectáculo es impresionante… parece que durante la noche se ha llenado considerablemente la caldera de magma…
Todos esperamos expectantes el mágico momento… nace ese instante que asoma entre las grietas del pasado e irradia belleza… el tiempo se disuelve en un soplo de viento.

Los colores, la luz, las sombras, adquieren nuevas formas, nuevas sensaciones; una visión distinta para una nueva reflexión…
Debemos volver, pues el sol es implacable y los 14 Km. de descenso pueden ser muy duros.
Decido bajar en camello una parte del trayecto… es una experiencia, pues el sistema de “anclaje” es primitivo y el bamboleo de los camellos hace que resulte duro mantenerse erguido y estable. Dos horas de descenso en camello, 1 hora caminando, media hora más de camello y la última media hora andando hasta el campamento base bajo un ardiente sol. Así puedo llegar con una cierta integridad física que seguro necesitaré para continuar este extraordinario viaje a los confines del mundo.
Una experiencia inolvidable porque sentí como si todos los tiempos se hubieran volcado en uno, en ese momento y no existiera nada más.

Pilar Blasco – Noviembre 2015

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