Viajar a Etiopía y el sentido del tacto. Por Xavier Gil

Desde que pisamos tierras etíopes, las texturas se agolpan y se nos van presentado ante nosotros, en todas sus formas y tamaños, transformándose en una parte importante de nuestros viaje, durante el cual tendremos la oportunidad de poder ir contrastando y comparando entre ellas, reforzando con su presencia los valores que vayamos captando durante nuestro paso por este país.

DE LA RUDEZA DE LAS ANCIANAS MANOS DE UNA MUJER TIGRIÑA EN EL NORTE DEL PAÍS A LA SUAVIDAD DE LA TEZ DE UNA MUCHACHA HAMER EN LA POBLACIÓN DE DIMEKA.

La vida en algunas zonas del norte del país, como es el caso de la remota región de Geralta, no resulta nada fácil, tierras regadas por un sol constante y con una falta casi total de lluvia, lo que otorga a este territorio un aspecto árido y  a sus gentes una dureza sinigual, la que las hará poder afrontar su vida de una manera acorde con su entorno.

Las gentes locales en muchos casos, son escépticas ante la visita de los viajeros y más en zonas remitas en donde no están acostumbrados a ellos. Una manera de aproximarse es tomar la mano de la gente en un símbolo de amistad aceptado en casi todo el mundo con el mismo criterio.

Esta toma de contacto, a veces te sorprende, sobre todo en el caso de las persona de más edad. El mismo momento del contacto, es como un fluir de energías enfrentadas que quieren encontrarse y después de ese pequeño instante de magnetismo, pasa a fluir con toda su intensidad el sentido del tacto.

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La dureza de toda una vida de arduo trabajo de sol a sol y en unas condiciones extremas climáticas, es lo que transmite el contacto al dar la mano, a una de estas personas ancianas, una mano grande, enorme, áspera, que parece abrazarte entero. Toda la rudeza de su vida, se ve reflejada en ella, sus arrugas se han ido escribiendo día a día, en esa enorme palma, como si de un gran mapa se tratara, el cual se va dibujando poco a poco,  tal como va avanzando el tiempo y las experiencias vividas.

La contradicción a ésta rudeza, podría ser la suavidad del algodón o aún mejor la tersura de una piel joven todavía no castigada por la vida y preparada ser dibujada con el tiempo.

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En el sur del país, se encuentran las mujeres Hamer, unas mujeres orgullosas y coquetas a las cuales les gusta lucir de la mejor manera, para ello se cubren de infinidad de collares con cuentas de estridentes colores y pulseras de un brillante latón con las que llenan prácticamente la totalidad de su brazo, pero una gran singularidad de todas ellas es que de manera general se embadurnan el cuerpo entero con una mezcla de grasa animal y arcilla, lo cual les da a su cuerpo un atractivo tono de color rojizo y a la vez les otorga una tersura especial a toda su piel, y de manera especial a las muchas más jóvenes, las cuales aunque viviendo en situaciones complejas, gracias a su suave tez, parecen verdaderas muñecas de fina porcelana.

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